A lo largo de mi obra he trabajado en paralelo técnicas inherentes a la condición femenina como bordar, tejer y coser, con las técnicas tradicionales del arte: pintura, escultura, collage y dibujo. Me apoyo en el relato infantil, la mitología universal y en referentes autobiográficos, tratando no de representar sino de extraer su esencia. Los ejercicios estéticos que suponen cada una de las piezas, me han permitido la construcción de una sintaxis visual que me devela el mundo de nuestras propias contradicciones internas.

En mi afán por trabajar lo femenino y lo lúdico, decidí hacer vestidos a escala de muñecas. Los materiales escogidos y el azar condicionaron el carácter de la primera pieza, y las sucesivas: la gasa y el gesso hicieron del pequeño atuendo un armazón, una segunda piel, que accidentalmente se dañó y corrí a suturarlo no sin antes pintarle lo más real posible la sangre, la del vestido. Así nació la serie de Vestidos heridos e Hilo que sutura: dulces y dolorosos, impolutamente suturados.

Estas categorías: dialéctica, dualidad, ironía, dicotomías fueron acompañado las series subsiguientes. Las referencias autobiográficas se fundieron con el relato, así nacieron los reversibles: caperuzas y almohadones bordados, donde no se sabe quien es la victima o el victimario. Trabajé el adentro y el afuera, el anverso y el reverso.

La espina en mi obra viene inspirada en la tradición judeo-cristiana y su forma de representar la redención no sin antes pasar por un doloroso sacrificio. México, donde estudié, y su sincretismo fue el escenario de esta premisa. La espina, materia vegetal, que le da garantía a la rosa de ser en el mundo, arma con la que se defiende de su depredador, convirtió a estos vestidos en dulces bestias humanas, ambivalencia que define esas contradicciones, centro de mi interés:   la fragilidad de la rosa y la sutileza del trabajo femenino con la dureza y agresividad de la espina, el adentro y el afuera, el dolor y la ironía, la paradoja.

En la serie pictórica Desnudos para armar, inspirada en el juego interactivo de muñecas recortables, trabajé con la fragmentación del cuerpo. Línea de corte, título de la exposición donde las presenté, marca el límite entre la inocencia y la corrosión, la infancia y la vida adulta. Todos los opuestos que cohabitan en la vida y hacen de ella un territorio digno de ser vivido.

En las series de collage Juegos de niñas y Niñas encontradas, aproveché el azar o el automatismo en el acto creativo: recortar, pegar, peluquear, como quien juega, sin conceptos predeterminados ni premisas previas. Fue un ejercicio con objetos y materiales atesorados en el taller y que un día decidieron acomodarse en una obra. Puse el acento en el velo de la mirada, con la que te ocultas y dejas de existir lúdicamente, así lo es para un niño, o miedo a ver la realidad. Incorporar cabellos a la obra nace de la intención de trabajar el cuerpo como materia.

De cualquier forma, mí interés se centra en el juego y en el quehacer primoroso del oficio femenino que no ha tenido categoría de “bellas artes”, aun siendo bellas. Hoy esa brecha no se discute, pues el arte la ha insuflado de concepto, sacándolo de lo decorativo. Y en la simultaneidad de los opuestos.

Mari Carmen Carrillo.

Villa de Cura, 11 de diciembre del 2016.